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Manaos, la versión amazónica de París
Si Vázquez-Figueroa hubiese inventado París, le hubiera salido Manaos. Situada en la confluencia donde los ríos Negro y Solimões crean el Amazonas, con más de dos millones de habitantes y el clima húmedo propio del ecuador, recibe su nombre de una de las tribus indígenas que habitaban el lugar. La presencia portuguesa es tímida y tardía, comienza en el siglo XVII. Pero si a algo debe su fama y morfología Manaos es a la fiebre del caucho de 1890-1910.
Entonces, la explotación de esta materia prima provocó un boom económico que atrajo las inversiones y la mano de obra que crearían una ciudad “moderna” conforme a los cánones de la época: amplios bulevares, luz pública, tranvía y todo el ocio burgués de los kioscos, los teatros y los jardines. Como en Belém do Pará (en la desembocadura del Amazonas) la municipalidad manauense importó gorriones de Francia, un pájaro mucho más chic que los autóctonos, a su entender. La belle époque más desatada en plena Amazonia.
En 1967, la dictadura desarrollista brasileña instala una zona fiscal franca y un polo industrial de primer orden en torno a Manaos. La explosión demográfica de los años ochenta traerá las grandes oleadas de inmigración del Nordeste de Brasil que hoy caracterizan a la ciudad.
Hoy en día, la herencia “bellepoquiana” queda bastante disimulada a primera vista (aparte de algunos spots turísticos), también en parte por la alta contaminación presente. El resultado es una ciudad insólita: una especie de isla de civilización desaforada en medio de una mar de vegetación selvática de kilómetros y kilómetros.
Si Vázquez-Figueroa hubiese inventado París, le hubiera salido Manaos
Manaos se vuelca sobre los ríos que la mecen. Que la mecen literalmente. Archiconocidas son sus viviendas palafíticas, y la zona portuaria merece por sí misma una visita: un puerto flotante y muy, muy grande construido a principios del siglo XX, que también es un estupendo lugar para comer pescado fresco.
En el centro se erigen como protagonistas el soberbio Teatro Amazonas, que pretendía compararse a la Ópera parisina. Cerca está la iglesia de São Francisco, contrastando con su estilo ecléctico e inesperado con la catedral, colonialísima, y también las piedras preciosas de la plaza Aranha. En el hermoso mercado Adolpho Lisboa también encontramos los pescados de la zona, de apariencia sorprendente, y las frutas de las Amazonia, todo un espectáculo en sí mismo. Manaos también tiene su versión de la bohemia parisina en las increíbles puestas del sol sobre el río Negro y las noches de fiesta.
Una metrópolis cosmopolita en pleno infierno verde
En los alrededores de la ciudad puede pasarse un día de playa. Con suerte, podremos ver la confluencia de las aguas, un fenómeno ocasional que ocurre cuando los dos ríos mezclan sus aguas de diferentes colores. Manaos también tiene varios museos y un estadio de fútbol impresionante, aparte de los inevitables shoppings brasileños. Los rascacielos del Sur, las casas bajas de Cidade Nova, los palacetes de los opulentos barones del caucho. Y tiene encantos más misteriosos, como las cavernas de Madada. No deja de ser una última frontera, horizonte desconocido y encrucijada de aventureros.