Adís Abeba, la capital de Etiopía, no es seguramente el destino más amable que podemos encontrar, sobre todo a primera vista.
La polución, el barullo, las infraestructuras descuidadas y un buen margen de la población pasándolas canutas para sobrevivir son la tarjeta de presentación de la ciudad. Como toda realidad, Adis Abeba tiene también una faceta vibrante, colorida, despreocupada e inesperada.
Situada en el centro del país, a unos 2500 metros de altitud, cuenta con unos cinco millones de habitantes, la cuarta parte del país. Fue fundada apenas a finales del siglo XIX sobre una zona termal poco poblada, y en un par de años sustituyó a la vieja Gondar como capital del reino de Abisinia. Hoy se ha convertido en una metrópolis africana como pocas en cuanto a diversidad cultural se refiere.
La primera impresión que suele relatarse al llegar a Adís es de caos; el tráfico, como siempre pasa, es nuestra primera referencia a comparar con lo que estamos habituados a ver. Tal vez la mejor manera de entrarle a la ciudad es quedarse por el “centro”, por llamarlo de alguna manera, porque el trazado urbano de Adís no sigue ningún orden aparente; me refiero a Bole road (embajadas, mansiones y esas cosas) o a los alrededores de Piazza, donde hay espectáculos folklóricos y pequeños restaurantes orientados a los turistas.
Adís Abeba significa “Flor Nueva” en amárico
El distrito de Merkato es seguramente la mayor atracción de la ciudad. Decir que es el mayor mercado de África dará una idea de su tamaño y ajetreo. Se encuentra más o menos de todo. Aunque tiene una faceta un poco sórdida, es uno de esos sitios que no te puedes perder si quieres que tu viaje no sea en balde. Aquí en Etiopía las iglesias son tan distintas a lo que estamos acostumbrados que merece mucho la pena una visita. La mayoría de la población es cristiana ortodoxa, pero también otras minorías cristianas y de otras religiones tienen sus templos, y todos ellos tienen influencias artísticas chocantes. Las catedrales Bete Georgis y Siddist Selassie y las iglesias Bete Maryam y Bete Raguel son las más destacadas.
Adís Abeba es dura, pero hospitalaria
Si te interesa la historia y la antropología es obligada una visita al Museo Arqueológico Nacional, con piezas y restos de millones de años, y una reproducción del esqueleto de Lucy como principal atracción. Respecto a la gastronomía… Siempre con las precauciones habituales (cada uno conoce su cuerpo), en Adís te volverás loco con la comida vegetariana. Tampoco puede faltar la inevitable inyera, una torta de cereal cubierta de… hay mucho donde elegir. Y si aguantas tantos contrastes y emociones, después del atardecer puedes disfrutar su vida nocturna, barata, sin pretensiones, pero muy divertida. Porque Adis Abeba puede tener el aspecto que sea, pero no es más peligrosa que otras ciudades parecidas. Si le coges el ritmo puede resultar muy entretenida. El transporte público (minibuses y taxis colectivos) es un buen ejemplo de ello; la primera vez da respeto, pero una vez entendidos los códigos es pan comido. ¡Siente por ti mismo el látido de Adís Abeba con nosotros!
Escrito por Víctor Zamorano Blanco.