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Guía de India

Trenes de la India

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Jamás olvidaré mi llegada a Delhi: el bochorno que me abofeteó a las tres de la madrugada al salir del aeropuerto…

Ni tampocó me olvidaré de aquel taxista que nos engañó y nos llevó a una agencia turística pirata, el sudor pegándose a mi camiseta, los perros, la suciedad, la gente durmiendo en las calles, las vacas famélicas, el polvo y la desolación oscura… Siempre pensé que las ciudades y los pueblos, el mundo físico de casas, puentes, carreteras, etc., son la máxima representación del pueblo que los habita.

Tampoco olvidaré, por diferentes razones, mi primer contacto con los trenes de la India. Cerca del barrio de «Paharganj», (el guetto mochilero por excelencia en la ciudad) se encuentra, gigantesca y aparatosa, la estación de Nueva Delhi. «New Delhi Railway Station». Antes de cruzar la valla que delimita el recinto de la estación ya te llegan vagabundos a pedir, pirulas a pirulear y mirones a mirar.

Comprar el billete ya es una odisea. Las colas son interminables y hay muchos “buscavidas” que quieren llevarte, de algún modo u otro, a su agencia para vendértelo. Al día siguiente, para tomar el tren, nadie sabe nada, ni dónde está el tren, ni a qué hora sale, ni nada de nada. En papeles pegados al lado de las puertas de entrada a los vagones suelen haber listas con los nombres de los pasajeros, edad, etc. Madre mía, ¡qué sensación! Yo miraba mi nombre y miraba el vagón desde fuera, con ventanas enrejadas y un montón de indios chupados mirándome desde dentro, sacando las piernas o la cabeza entre las rejas.

En los compartimentos, sin puertas ni cortinas, había seis camas enfrentadas en dos hileras de a tres. En fin, decidí dormir, pero el resto de pasajeros no estaba de acuerdo. Menudo estruendo: ruido, viento y mosquitos… y en cada estación gente que subía y bajaba con bultos superlativos. Pero lo peor era lo del té: cada dos por tres pasaba vociferando un hombre con su tetera en la mano: ¡Chay chay chay! Imposible de olvidar: Chay (té). Imposible.

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El plan para construir un sistema ferroviario en India se inició en 1832, auspiciado y desarrollado por los ingleses. El primer tren de pasajeros comenzó a ser operativo en 1851 cubriendo la ruta “Bori bunder- Bombay, Thana” con un recorrido total de 34km. En 1880 la suma de las líneas ya alcanzaba los 14500 Km. Y así siguió sumando distancias hasta los 63140 Km actuales, con más de 14000 salidas a diario y dando trabajo a 1.400.000 personas. Sí, habéis contado bien los ceros. Catorce mil salidas diarias, casi un millón y medio de puestos de trabajo y una escalofriante media de trescientos accidentes anuales.

El tren es, sin duda, la mejor manera de desplazarse en el país de la muerte y la belleza. Viajes en vagones, destartalados algunos y estupendos otros, pero todos ellos reservándome sorpresas de un pueblo al que amaba un día y odiaba al siguiente.

Pero lo que permanece en la memoria de los trenes de la India es la gente, sin la cual ningún viaje merece la pena. Como ejemplo, la cantidad de humanos que suben y bajan de los trenes en cada estación, de día y de noche… Ya os he hablado antes de mis amigos los del té, pero todavía hay más: Leprosos sin nariz ni manos que piden rupias con el platillo en la boca, los pobres que limpian el suelo a cambio de algunas monedas, vendedores de samosas (snack triangular relleno de vegetales), o de bananas fritas, o de refrescos… todo el día, toda la noche. Y en primera estaban los indios pijos, algunos de ellos defendiendo el sistema de castas e intentando justificar con la genética una injusticia de milenios.

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Capítulo aparte merece el momento en el cual el tren cruza las periferias de las grandes ciudades y que uno puede observar desde el privilegio del vagón. Miles y miles de personas viviendo en chabolas y digo viviendo por decir algo… Y luego llegada al destino. Hay que bajarse. Allí esperan porteadores, taxistas, calor… y empieza otra guerra, otro regateo, otra historia.

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Escrito por Juan Salvador Martínez Jiménez
Foto de Steven Zwerink (Flickr)

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Alberto Piernas Medina
Sobre el autor

Escritor y viajero infatigable cuya pasión por descubrir y narrar rincones del mundo comenzó en su juventud en una ciudad costera española. Licenciado en Periodismo, ha colaborado con renombradas revistas de viaje, ofreciendo relatos que combinan autenticidad y una profunda comprensión cultural. Sus escritos no solo entretienen, sino que también educan, haciendo de él un referente en el mundo de los viajes. Si buscas inspiración y conocimiento experto, las historias de Alberto son tu mejor compañía.

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