Elevado a orillas de un Atlántico en el que parecen revolotear más gaviotas que en ningún otro lugar de África Occidental, Essaouira es uno de los pueblecitos más deliciosos del país magrebí, sino el que más. ¿Buscando arte y relax en Marruecos? Entonces tienes que acompañarnos a Essaouira.
Paraíso azul y blanco
Alrededor del siglo I a.C. una fábrica de moluscos se estableció en la isla de Mogador, descubierta cuatro siglos antes, sin saber que las conchas sudaban un color púrpura que sería utilizado para teñir las togas del Imperio Romano. A partir de entonces, Mogador y las otras islas que componen este pequeño archipiélago recibieron el nombre de Islas Púrpuras, el mejor mirador de uno de los pueblos más bellos de África, nutrido de influencias fenicias, romanas, africanas, europeas y bereberes: Essaouira.
Cuando llegamos a este pueblo situado en la costa atlántica de Marruecos y a tres horas de Marrakech, la calma del lugar nos resulta hasta extraña, tan acostumbrados al bullicio de las grandes ciudades marroquíes. Una vez ponemos los pies en el suelo contemplamos a nuestro alrededor los pórticos azules de las casas, la sencillez de los bazares y las gaviotas, cientos de gaviotas que sobrevuelan el pueblo en el que Orson Welles rodó parte de su película Otelo en 1949, una seña que nos indica la influencia artística de un pueblo en el que los conciertos de jazz y música árabe se dan cita en los cafés locales con asiduidad.
En lo que respecta a su patrimonio cultural, Essaouira posee un casco histórico compuesto por una medina designada por la Unesco en 2001 y en la que encontramos lugares obligados como la Kasbah, una fortificación de dos pisos mandada a construir por el Sultan Sidi Mohammed ben Abdallah en el siglo XVIII, o zocos como el Jdid en el que, además de las típicas babuchas o juegos de té, encontraremos numerosas piezas textiles procedentes del sur de África.
Essaouira es un pueblo que merece ser recorrido con tranquilidad, surcando sus calles blancas, atravesando el bastión de Sqala de Ville hasta observar el pueblo a través de su famoso ojo de buey, o sentarnos a tomar un té moruno en uno de los muchos locales salpicados por el puerto, cuyas terrazas nos permiten contemplar ese ejército de barcas azules que salpica la bahía, otra de las estampas míticas de la ciudad.
Tras una mañana de visita, nada mejor que aceptar las propuestas de los muchos pescadores que recorren el paseo marítimo ofreciendo mariscada (o su particular visión de la misma), la cual incluye ostras, calamares o gambones a precios económicos.
Como colofón, nada mejor que una sesión de surf o kite surf, dos de los deportes insignia de este pueblo ventoso. Dos de las mejores playas para recrearse, residen en el Cabo Sim o Sidi Kaouki, situadas al sur. Para quienes prefieran veladas más tranquilas y exóticas, un paseo en camello por la playa os permitirá apreciar la belleza de este pueblo azotado por los llamados sawiris, vientos alisios que los locales conciben como protector de los problemas y el turismo masivo. Y están en lo cierto.
Escrito por Alberto piernas.
Fotos: Flickr.