A los que nos gusta viajar y empaparnos de culturas remotas se nos va quedando un poso procedente de lecturas, referencias culturales, alguna que otra imagen de la televisión, relatos de otros viajeros. Ese poso lo forman experiencias vividas o por vivir, tiempos pasados o futuros, y lugares por descubrir pero que en cierta manera conocemos.
Zanzíbar entra dentro de esa categoría como uno de esos lugares semilegendarios, a la altura de Estambul, Samarcanda, Tenochtitlán, Benarés o Tombuctú. Uno de esos lugares en los que colocamos nuestras más altas expectativas. Por suerte, pueden permanecer como referencias inalcanzables de por vida, conservando su aura. Y en cualquier caso, no se suelen conocer de buenas a primeras, sino tras cierta experiencia en el turismo y los viajes.
Su marchamo mítico ha granjeado a Zanzíbar una afluencia constante de turistas y viajeros buscando distintas cosas, pero siempre más o menos conscientes de lo que significa. Una encrucijada cultural de primer orden, una próspera ciudad de historia indolente y cruel, un paraíso natural no demasiado lejos de cualquier comodidad de nuestro mundo.
Demasiado poco africana para muchos, y todo lo contrario para otros.
Zanzíbar es en realidad una región semiautónoma dentro de Tanzania, formada básicamente por las islas de Unguja (o Zanzíbar, con la capital, Stone Town) y Pemba, a la que se suela asociar otra isla lejana, Mafia. Poblada por etnias bantúes dese hace 20.000 años, ha conocido la presencia de persas, árabes, isleños de las molucas, portugueses, yemeníes y omaníes, indios, chinos y británicos. Casi nada.
Durante siglos se destacó como puerto comercial en el Índico para encontrar principalmente especias, marfil y esclavos. Recibió la primera mezquita del hemisferio sur y asistió a uno de los raros momentos en que la colonización europea dio un paso atrás. En el Imperio inglés se convirtió en un lugar próspero de comercio y cultivo, lo que le granjeó una posición holgada en el momento de la descolonización.
A tiro de piedra de Dar es Salaam, pero a un mundo de distancia.
Desde entonces, la fama de las islas, entre el misterio y el lujo, ha familiarizado a los zanzibaríes con el turismo. Pero no todo son playas paradisíacas, experiencias superficiales y precios ridículos. Stone Town, la Ciudad de Piedra, presenta un aspecto entre colonial (¿portugués, inglés? ¿los dos?) y fuertemente africano, con una fuerte presencia de la cultura islámica y trazos aún más orientales.
Junto a esa ciudad decadente, de monumentos y palacetes europeos, se arremolina un mundo verdaderamente multicultural. Aquí, las puerta talladas, los colores de las calles y los olores de los mercados cuentan más de lo que quieren. Nada blando, pero nada amenazador; lo que busca un turista ávido de experiencias exóticas.
Siempre buscando ir más allá, los viajeros más alternativos optan por recorrer Pemba o Mafia en barquitas o dalla dalla, tras playas solitarias, inmersiones inéditas, aldeas poco explotadas por el turismo masivo y, en general, las experiencias relajadas pero intensas, contradictorias, que sólo África ofrece.
Escrito por: Victor Zamorano Blanco