Son como rascar, parafraseando el viejo refrán. Es otro de esos criterios que diferencian al ser humano en dos grandes grupos: aquellos que viajan comiendo en McDonald’s y poniendo cara de asco ante los puestos callejeros, y los que buscan probar el mayor número de cosas nuevas posibles, y cuanto más raras, mejor.
Huelga decir que la gran mayoría de personas que leerán este blog, como yo, son del segundo grupo. Este “turismo gastronómico” suele resultar muy gratificante, pero muchas veces se hace a costa de la propia seguridad intestinal, y puede tener serias consecuencias. Yo no soy precisamente un “estomaguito de cristal” (aunque alguna vez me ganase ese apodo), pero reconozco que conviene seguir ciertas pautas sencillas…
1, como principio general no está mal el axioma “si la gente se lo come, ¿por qué yo no?” Sin embargo, no olvidemos que somos occidentales, blandos como el fango, y en muchos lugares del globo existen muchas bacterias y microorganismos que en nuestro castillo europeo hemos machacado a base de cloro y otros venenos que nuestro organismo tolera, pero allí siguen existiendo, y pueden hacernos un buen desarreglo.
Al primero que se comiera una ostra tuvieron que mirarlo rarísimo
2, donde fueres… En algún momento nos sentiremos tentados por los alimentos exóticos, como insectos fritos u ojos de cordero (dos clásicos). Es muy positivo, en mi opinión, comer cosas nuevas, y más si nos las ofrecen. En esos casos, especialmente si nos da cierta aprensión, recomiendo bocados pequeños, masticación enérgica y tragar rápido.
3, el agua, origen de la vida y de la casi muerte para muchos turistas atrevidos que han pensado que lavar aquella lechuga o beber de esa fuente no tiene por qué ser para tanto. Craso error (ver punto 1). El agua, si puede ser embotellada o hervida, aunque cada persona es un mundo, y conforme pase un tiempo (bastante largo) iremos acostumbrándonos a las características del agua del lugar.
No hará falta señalar que alérgicos o vegetarianos tienen sus propios criterios
4, crudo y cocinado. Aunque se suele oír que no hay problema con la comida cocinada, sé de varios restaurantes madrileños en los que yo personalmente no me comería ni mis propias uñas, por muy cocinadas que estuvieran. Por otro lado, no hay problema en comer alimentos crudos, por ejemplo fruta; pero mejor pelarla o frotarla contra la camiseta que intentar lavarla, en muchos casos.
5, poco a poco: a lo mejor probar una especia nueva o una salsa que no conocemos no nos trae mayores problemas, pero si nos pegamos un atracón… Las novedades, en pequeñas dosis, y una vez veamos que nos sientan bien, adelante (siempre con moderación). Igualmente, no rechaces un sabor a la primera, con el tiempo pude que le encuentres la gracia, como los niños pequeños.
6, sigue tu sentido común. Si tienes el pálpito de que no debes comer algo, porque te da mala espina, por el color de las uñas del cocinero, por no molestar a las moscas o por lo que fuere, pues no te lo comas. Pero si algo te llama la atención y tiene un aspecto suculento, adelante (siempre con las precauciones ante señaladas).
Escrito por: Víctor Zamorano Blanco